miércoles, 26 de marzo de 2008

Investigaciones misóginas: observaciones lingüísticas ( I )


La realidad circundante ofrece notorios e interesantes materiales con los que ilustrar mi investigación. Y no me salgan con aquello de que la semántica es un constructo social y la conexión entre un término y su significado resulta producto de la mera convención orientada por las fuerzas dominantes. Por favor, seamos más aristotélicos y menos pragmatistas, siempre es más sano… A continuación, una serie de términos y su consiguiente significado en función de su género. Vean:


ZORRO: Astuto, ladino, taimado, perspicaz, espadachín justiciero, ingenioso.
ZORRA: Puta.

PERRO: Mejor amigo del hombre.
PERRA: Puta.

AVENTURERO: Osado, audaz, hombre de mundo.
AVENTURERA: Puta.

AMBICIOSO: Visionario, enérgico, con metas.
AMBICIOSA: Puta.

FULANO: Mengano, Zutano, cualquiera, alguien insignificante.
FULANA: Puta.

BICHO: Insecto, cualquier animal no perteneciente al orden de los mamíferos.
BICHA: Serpiente, puta.

CALLEJERO: De la calle.
CALLEJERA: Puta.

HOMBRE DE VIDA ALEGRE: Feliz, contento, afortunado.
MUJER DE VIDA ALEGRE: Puta.

ATREVIDO: Osado, valiente.
ATREVIDA: Puta.

CUALQUIER: Elemento no determinado.
CUALQUIERA: Puta.

Esto no es serio, por supuesto. Y haríamos bien en convenir que resulta harto ofensivo. Las observaciones acerca de los usos lingüísticos deberían resultar más serias o, al menos, decididamente pertinentes.
Reparemos, por ejemplo, en uno de los adjetivos usado con mayor frecuencia en nuestro idioma castellano: inconsciente. A nuestro adjetivo no le sucede lo que a otros muchos, es decir, no le sucede lo que sí le sucede al adjetivo bueno, o a gastado. ¿Y qué es? Que no tiene género, es un adjetivo genéricamente neutro. Se utiliza indistintamente para asociarlo con un sustantivo masculino, femenino o neutro. Bien, esto es un hecho. ¿Pero qué podría significar?
He aquí una hipótesis: al parecer, el género originario del adjetivo es el masculino, o eso parece indicar la etimología del término, pues así es en su lengua original, la latina. Siendo esto así, hemos de colegir que la existencia de un adjetivo exclusivamente masculino que hace posible la asociación de la cualidad de la inconsciencia con un sujeto determinado resulta reveladora. Y lo resulta porque muy probablemente quisiera indicar que algunos hombres pueden ser inconscientes y para designarlos existe un adjetivo, pero que las mujeres lo son siempre y por ello no disponen de un adjetivo como inconscienta que señale a un número concreto de mujeres dotadas de tal cualidad. No, no disponen de él por la sencilla razón de que todas lo son. Utilizando el sustantivo “mujer” ya se presuponía la inconsciencia y, sin embargo, no sucedía lo mismo con el uso del sustantivo “hombre”. Al decir “Es un hombre inconsciente” no se afirmaba lo mismo que al decir “Es un hombre”, al menos en la lengua que originó nuestro adjetivo, en la que era puramente masculino. Que no se viera necesidad de “feminizar” el adjetivo revela que muchos de los matices de su significado ya se consideraban incluidos en el sustantivo al que habría referido; es decir, “mujer”. Es cierto que posteriormente su estatuto pasó a ser el de neutro, pero no olvidemos su origen masculino, que es lo que importa aquí, y no las posteriores demandas lingüísticas causadas por el contexto y las necesidades varias.
Y de remate, un curioso corolario. Todo esto puede aplicarse también a los siguientes adjetivos (extraídos al azar de un diccionario, claro): indeseable, detestable, manipulable, cambiante, vil, despreciable, demente, infantil, procaz, insolente y, sobre todo, cruel.

lunes, 3 de marzo de 2008

Pequeño aparte introductorio sobre la naturaleza del título

Se me reprochará, ni una duda albergo sobre ello, lo desafortunado del título de mi ensayo. Pero siendo sincero, la cosa me preocupa más bien poco o acaso nada, porque de títulos infames se halla el mundo lleno. Piensen por un momento que la mayor parte de las obras que reverenciamos han sido tituladas con soberbias ridiculeces. Esas obras que adoramos a distancia, porque cuando algo se adora no se lee (una excelente costumbre que nos inculcó la Santa Madre a fuerza de evitar por todos los medios que nos aproximáramos a la Biblia), llevan impresas en sus cubiertas algunas leyendas de pura y dura risa. Si me abstengo de mencionar las tituladas con un nombre propio, y también dejo de lado las que han sido bautizadas con el nombre de algún lugar, podría encontrar varios ejemplos magníficos que ilustraran mi afirmación. Dejo a la dudosa erudición del improbable lector esta entretenida tarea para afrontar la segunda crítica posible respecto al título.
Se me dirá que lo importante de él no es su forma, y mucho menos su rima si la tuviera, sino su significado. Pero, respondo yo, ¿Acaso el llanto surge siempre por una sola causa? ¿No llora la gente de felicidad? ¿No se derraman lágrimas ante espectáculos sublimes o frente a obras de arte conmovedoras? ¿No se llora también por alivio? Y añado, ¿Se titula este ensayo, por ventura, El noble arte de hacer sufrir a las mujeres? No, es la clamorosa respuesta. No, respondo rotundo. Las presentes páginas persiguen un objetivo claro, el de iniciar a los neófitos en un arte desconocido por muchos pero de tremenda utilidad y belleza sin igual. De hecho, habrán de reconocer mis taimados críticos, que la elaboración de un arte y técnica para contemplar el llanto de otro ser debe indicar un profundo respeto por él. Es sabido por todos que las lágrimas de alguien a quien no concedemos importancia nos resultan irrelevantes. Y desde luego que aquí se trata de respeto por las mencionadas autoras del llanto, las mujeres. Porque respeto se le tenía a la Esfinge de Tebas o a la Inquisición Española, y el mismo respeto se le dispensaba por toda la Europa barbárica a las legiones de Roma cuando los salvajillos de pelo rubio las veían aproximarse inexorables en la lejanía.
Por si fuera poco, me hallo convencido de que las mujeres del mundo acudirán en masa para felicitarme si este tratado surte su efecto y, al fin, se comprenden correctamente las causas y objetivos del llanto femenino. Puesto eso al descubierto de una vez, habrán quedado libres del martirio del fingimiento y podrán prescindir de sus lacrimógenas costumbres para obrar abiertamente sus fastos y prodigios, es decir, para repartir la peor clase de maldad (aquella que nace al amparo de la inconsciencia) por las cuatro esquinas de nuestro bendito mundo, además de para exigir, de una vez y para siempre, que se las adule sin condiciones ni demora. Y todo ello lo retribuirán, generosamente, excavando un abismo desde nuestra garganta al interior infinito de nuestras entrañas con la sola ayuda de sus manos desnudas y su lengua. Cosa que, por otra parte, no deja de resultar prodigiosa en extremo.
Dicho esto, añadiré tan sólo que mi objetivo último y más elevado es el estético, pues siempre, donde y cuando suceda, sean cuales fueren los motivos, es hermoso contemplar el llanto de un torturador.